Por Tania Hermida
Hacer cine en el Ecuador es un acto de fe. Apasionado. Irracional. Absurdo. Es el afán obstinado por crear y re-crear y recontra-crear un imaginario posible para un país imposible.
Derroche de insensatez: hacer cine ecuatoriano. ¿Cómo hablar de semejante cosa si no hay un Ecuador que lo sostenga?
Y es que al cine lo sostienen los países, en el más literal y el más poético de los sentidos de la palabra. País: sociedad que se piensa y se otorga a sí misma un sentido. País: lugar en el que la gente se cuenta a sí misma y al resto del mundo lo que le ocupa, le preocupa, le mueve y le conmueve. País: espacio en el que confluyen la historia más íntima con la otra, la de todos, la de larga duración, en la que se funden todas las intimidades.
Sin un cuento colectivo los países morirían, se agotarían, se opacarían por falta de sentido, degenerarían. Por eso los países (de verdad) destinan recursos, implementan leyes, fomentan iniciativas, promueven el desarrollo de… porque necesitan mantener viva la posibilidad de contar su propio cuento.
Pero el Ecuador parece que se comió el cuento del país bananero, petrolero, atunero, florero, dinero… y cuando alguien (una cineasta, por ejemplo) pretende hacerle ver que, para seguirse llamando país, tiene además que ser capaz de sostener su propio cuento, el Ecuador se desconcierta, se hace el loco, se atrinchera detrás de la falta de recursos, las prioridades de la empresa, la nula rentabilidad de…
Pero la imaginación se defiende. La esperanza le pertenece a la vida como diría Cortázar (que era argentino y vivía en París) y por eso el Ecuador hace cine, a pesar del banano y del petróleo (que sí hay) y los recursos (que no hay).
Entonces uno sigue creyendo que sí, que algún día, que el Ecuador y las leyes y el fomento y el desarrollo y los recursos colectivos para el cuento colectivo son posibles.
Y el noticiero dice que no y uno sigue creyendo, y la historia oficial dice que no y uno sigue creyendo, y los funcionarios, empresarios y mandatarios dicen que no y uno sigue creyendo.
Porque apasiona pensar que es posible. Porque es indispensable… que la gente entre en el juego, se siente frente a la pantalla y se relacione voluntariamente con desconocidos, y se quede en silencio, y mire y escuche. Y sienta, por un momento, que forma parte de, que es un fragmento de, que puede ser llamado ciudadano de. Y luego salga, comente, se ría a veces o se tome un café y se quede pensando (como queriendo llorar diría Vallejo que era peruano y poeta).
Porque el cine es siempre de un lugar y de un tiempo colectivos y una película no es una película si no podemos decir de ella que es sueca o china o francesa o colombiana o israelí o boliviana o ecuatoriana. Sí, una película también puede ser ecuatoriana. El cine puede hacer posible al Ecuador aunque el Ecuador crea que hacer cine no es posible.
28 feb 2009
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